No existe nuestra media naranja, no es más que una manera
idílica de convencernos de que no hemos nacido para acabar solos. Hay alguien
que es perfecto para nosotros y que además estamos predestinados a
encontrarnos. Parece poco realista.
En España hay unos 47 millones de personas, de los cuales cerca de un 8’5% se
encuentra comprendido en la franja de edad admisible para una posible pareja.
Lo que quiere decir que hay casi 4 millones de personas con las que podríamos
salir en nuestro país. Incluso reduciendo los parámetros de la búsqueda a
nuestra ciudad –pongamos una ciudad media, de alrededor de un millón de
habitantes-, hay unas 85.000. De esta cantidad habrá que reducir el porcentaje
a las personas con los requisitos y características deseadas, es decir,
aquellos con los que seamos capaces de llevarnos bien, los que tengamos gustos,
aficiones e inquietudes en común, los que nos atraigan físicamente, aquellos
cuya personalidad nos seduzca, etc. Dicho porcentaje dependerá del grado de
exigencia y complejidad de cada persona. Para los más exigentes, estaremos en
una franja aproximada del 1 al 5%, o incluso hasta el 10%, para los más
conformistas, podríamos llegar a ampliarla hasta el 30 o el 50%. Traduciendo
esto a una cifra, y tomando como referencia a una persona exigente, la cantidad
de personas compatibles en su misma ciudad podría rondar entre las 850 y las 4.250,
lo cual, a mi parecer, sigue siendo una cantidad nada desdeñable, de las cuales
podemos salir de media con entre 10 a 30 de ellas. De unos 4 millones de
candidatos, hemos reducido el número a unos 4.250 posibles, razón por la cual
cada vez me resulta más fantasiosa la idea de que solo una está predestinada
para nosotros. Pero no es tan solo esto, ahora hay que tener en consideración
que de todos los candidatos que superan nuestras exigencias, tan solo algunos
nos aceptarían a nosotros –y aquí ya hay que medir cuáles son nuestras
cualidades y que podemos ofrecer-.
Pero bien, dejando a un lado los datos estadísticos y las
invenciones románticas sobre el príncipe azul y nuestra media naranja, nos
centraremos en la idea del amor de nuestras vidas. Cuando hablo del amor de
nuestra vida, me refiero a esa persona con la que nos sentimos identificados,
que nos llena completamente y que sabemos que aunque se marche, jamás
volveremos a sentir lo mismo por nadie.
Puede que algo parecido o algo igual de fuerte, pero distinto, jamás lo mismo.
Cuando salga de nuestras vidas se llevará una parte de nosotros, una porción
importante de nuestra capacidad y forma de amar.
Lo peor de encontrar a esta persona y que no nos corresponda o lo haga solo
parcialmente, es que sabemos que aunque ahora esté a nuestro lado, nuestro
idilio tiene un final anunciado. En este punto, tenemos dos opciones: terminar
prematuramente con una relación sin futuro, no invertir más tiempo en ella y
entregarnos al máximo durante el tiempo que nos quede, y disfrutar de exprimir
el limón hasta sacarle todo el jugo que nos pueda ofrecer. Mucha gente se
decantará por la primera opción, considerando que su tiempo es demasiado
importante como para malgastarlo en alguien que no lo merece, y sentirá que
todo ese tiempo podrían estar invirtiéndolo en buscar una opción más segura.
Yo, por el contrario, prefiero exprimir el limón. Considero que si he
encontrado a una persona digna de hacerme desear aguantarla hasta el fin de mi
existencia, quiero llenar mi vida de recuerdos y experiencias inolvidables
durante el tiempo que nos quede. Pero, ¿es cobarde esta actitud? Se podría
pensar que permanecemos atesorando vivencias junto a esta persona por miedo a
no encontrar a nadie igual, pero es que, como ya he dicho, realmente no vamos a
encontrar a nadie igual, sino es que en el fondo sabemos que no es el amor de
nuestras vidas, y aquí hablo de cuando sí que lo es.
El mayor problema que tiene el amor de nuestras vidas es que
no es para nosotros. Con esto quiero decir que la persona que nos satisface
completamente y con la que nos gustaría pasar el resto de nuestra vida -por un
deseo pasional y no tras una reflexión meditada tendente al conformismo-,
muchas veces no sentirá lo mismo por nosotros. Puede que le caigamos bien, que
se sienta atraída, puede incluso que nos ame, pero es sumamente difícil que
sienta realmente que de todas las personas que conoce y con las que ha estado o
estará, nosotros somos también el amor de su vida. Y digo esto desde el
supuesto de un sentimiento real, y no uno de esos “para siempre” que duran dos
semanas. Y aunque el sentimiento en algún momento haya sido sincero, es algo
variable que puede cambiar o desaparecer.
Lo habitual en una relación es que las partes no estén en igualdad de
condiciones, una de las partes siempre está más implicada, ama y se entrega a
la relación con más fuerza, mientras que la otra es consciente de su posición
de control y de que recibe más de lo que da.
Sin embargo, muchas parejas funcionan y duran hasta que la
muerte los separa. Muchas de ellas habrán sido el amor de su vida mutuamente,
tampoco estoy diciendo que encontrar a alguien con quien quieras pasar el resto
de tu vida y que te corresponda sea imposible. Mientras, el resto de parejas
simplemente funcionan, es decir, permanecen juntos aunque no les acompañe la
pasión, sencillamente se conforman el uno con el otro y prefieren resguardarse
en la seguridad de la relación a tener que enfrentarse a la búsqueda de alguien
mejor.
Lo segundo peor de encontrar a esta persona y que no nos
corresponda o lo haga solo a medias, es que indudablemente vamos a sufrir. Tal
es el temor a sufrir, que mucha gente preferirá huir y cortar por lo sano, a
arriesgar y ser feliz mientras la vida provea y plantar cara al sufrimiento
cuando éste llame a nuestra puerta. Suena algo así como no querer vivir,
disfrutar de cada momento, hacer locuras o correr riesgos por miedo a morir.
Salvo por una significativa diferencia, todos los que leáis este artículo
tenéis la oportunidad de vivir, pero no todos vais a tener la oportunidad de
encontrar al amor de vuestra vida. Incluso este sufrimiento nos hace sentir
vivos.
El dolor es lacerante, desearemos estar muertos. Los minutos se vestirán de
horas y durante ese tiempo interminable un vacío infinito nos oprimirá el
pecho. Nuestra mente nos jugará malas pasadas y mientras argumenta motivos por
los que es mejor estar solo, nos recordará todo lo que nos obsesionaba de ella,
todo lo que no volveremos a encontrar aunque busquemos en todas las personas de
este puñetero planeta. La pérdida era necesaria y, aun así, es inafrontable.
El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional. Significa que vamos a
recibir daño, que lo vamos a pasar mal, pero el tiempo que queramos regodearnos
en nuestra miseria depende de nosotros. Personalmente, prefiero arriesgarme a
amar a la persona equivocada y después pagar por mis errores, a guardar mi
corazón en una caja de cristal por miedo a que se rompa. Por mal que lo
pasemos, siempre podemos reponernos de una caída, y aunque parezca lejano,
llegará el día en el que recordaremos con cariño el tiempo que una persona tiñó
de especial y convirtió en único. Lo más normal es que encontremos a otra
persona con la que envejecer y que diluya la importancia del pasado amor de
nuestras vidas, otorgándonos una nueva ilusión. De ser así, estupendo, porque
volveremos a querer y lo pasado seguirá en nuestra memoria. Y de no ser así,
habremos aprovechado nuestras oportunidades sin nada que reprocharnos, lo que
agradeceremos cuando no vuelvan a repetirse.
No tengas miedo a amar, teme no poder hacerlo.